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¡Aprieta! ¡Eleva! ¡Empuja! ¡Cierra! ¡Abre! ¡Baja!

Un millar de instrucciones una tras otra, que luego termina en un: te ves muy tieso(a), no hay flujo, no te veo disfrutando tu danza.

Todos aquellos que encuentren la ironía, levanten la mano.

El pecado lo cometimos todos, y hasta cierto punto no es nuestra culpa. Sólo tenemos que ir una generación más arriba para encontrar que muchos de nuestros padres todavía fueron educados con reglas. Con reglas de metal, quiero decir, esas con las que se les daban golpes en los dedos a los niños cuando hacían algo mal.

Es cierto, a la mayoría de nosotros ya no nos tocó este tipo de educación, y sin embargo, aún así la violencia seguía extendiendo sus manos sobre nosotros. Si tú fuiste educado en danza hace unos 20 o 30 años, seguramente encuentras normales algunas cosas. Por ejemplo, el dolor suele ser el eje de la enseñanza. Frases como “¿Dónde tiene que doler?” o “Si no duele no sirve”, se encuentran enraizadas en la manera en la que enseñamos danza incluso hoy en día. También nos parece normal que haya gritos e insultos en el salón de danza; golpes no, eso sí, porque son demasiado “vintage”, pero nos encanta un poco de drama. Si al maestro le tienes miedo, o con frecuencia algunas personas salen llorando de su clase, ese es el buen maestro, firme y estricto, así tienen que ser los profesores de danza. La danza no es para los débiles, es un negocio muy peleado y complicado, hay que forjar el carácter, hay que hacernos de piel dura. Pero eso sí, queremos que los bailarines sean seres etéreos y sensibles, en contacto con sus emociones y empáticos, artistas de corazón que se alimentan de la belleza del mundo. Todo esto mientras los torturamos durante años en las aulas.

Una vez más, si encuentras la ironía, levanta la mano. (La tenemos levantada)

No voy a negar que existen resultados bajo este método, el miedo y la violencia han funcionado durante siglos para accionar mecanismos en las personas, para mover masas incluso, y vaya que funcionan. Así, sargentos educadores han generado ejércitos de excelentes ejecutantes a través del tiempo. Sin embargo, todo este tipo de actitudes tiene un costo. En lo físico, normalmente el estrés termina por somatisarse y convertirse en alguna lesión, muchas de éstas son crónicas. La gente de danza se sabe las suyas de memoria, te dicen cuánto tiempo han vivido con ella, todo lo que tienen que hacer para que no les duela y les permita seguir bailando y, en muchas ocasiones, se han resignado a que sea su compañía de por vida. En lo emocional, también puede haber cicatrices, dificultades para la comunicación efectiva, expresividad contenida, miedo en las relaciones interpersonales, y otras tantas. Muchas veces, los estudiantes proyectan sus frustraciones sobre sus compañeros, surgen enemistades, críticas abiertas y murmullos por la espalda. Los ambientes se tensan y se pudren. Y es ahí donde queremos que el arte florezca. Si uno se autoanaliza un poco, encontrará que hay cicatrices físicas y emocionales que bien pueden haber venido de su formación dancística, sin olvidar, obviamente, que cada persona es un mundo y que la vida puede siempre maltratarnos por distintos frentes.

Ahora bien, quisiera adentrarme un poco más en el tema de lo que en verdad nos concierne. Con el paso del tiempo, he ido descubriendo que cada vez hay más gente que se aleja de estas prácticas un tanto arcaicas para la formación en danza. Esto ya sucedía desde que yo estudiaba, y todos recordamos a esos maestros con especial amor. Los maestros que sabían pedirnos más sin asustarnos, que exigían esfuerzo a través de las sonrisas y que se encargaron de pulirnos sin astillarnos. A ellos los recordamos no solo en la mente, sino probablemente también por su impacto positivo en nuestro cuerpo. De joven, algunas frases como “danzar no es luchar con tu cuerpo” y “se debe sentir fácil” resonaron en mí con poca frecuencia, pero al tiempo, han ido adquiriendo más y más importancia en mi propio estilo de enseñanza.

No, no siempre he pensado así, yo también pedí apretar más, tensar más, hasta que doliera y doliera mucho, es más, si dolía durante días, mejor. Errar es humano, aceptar el error y crecer, eso sí que es sobrehumano. Pero a veces hay que tener la humildad de reconocer que nos equivocamos.

Ni nuestro cuerpo, ni nuestra mente, están diseñados para evolucionar a través de la violencia. El camino correcto para cualquier disciplina debe emanar del autoconocimiento y la eficiencia del trabajo. La conexión cuerpo-mente debe ser explorada y desarrollada a fondo. Cada vez más, las técnicas somáticas toman preponderancia en el mundo de la danza al tratar de entender los mecanismos profundos por los que es posible generar un movimiento inteligente, que genere menor desgaste en el organismo, y que aún así permita grandes rangos de movimiento, desplazamiento, y despliegue energético. No hay nada más brillante que entender los funcionamientos del cuerpo y trabajar con ellos, en vez de tratar de violentarlos para ajustarse a un canon impuesto por personas que tal vez no tienen ninguna relación con nosotros: ni física, ni emocional, ni corporal, y a veces ni siquiera temporal. Los resultados los vemos todos los días. No sólo tenemos gente que logra cada vez cosas más impresionantes, sino también, tenemos menos lesiones y carreras más largas. Estamos mejorando, y estamos mejorando porque estamos cambiando nuestros métodos. Ciencia y arte se unen para ayudarnos a entender cómo obtener los mejores resultados sin lastimarnos. Y aquí quisiera no ser malentendido, esto no tiene ninguna relación con holgazanear y con reducir la disciplina, sino con canalizar estos esfuerzos de la mejor manera. Nos vamos a seguir cansando y sudando, incluso hay algunos dolorcillos derivados del correcto trabajo y el desarrollo corporal que seguirán presentes, pero nunca serán ni nuestra meta, ni el eje de nuestra formación dancística. No los exaltaremos como un logro nunca más, nuestro logro será nuestra danza.

Yo, por poner un ejemplo, siempre padecí en el rubro de la elasticidad y tuve ciertos privilegios en cuanto a fuerza muscular. Todos los cuerpos son diferentes, y cada uno necesita atención personalizada. El entrenamiento debe ser abordado de manera diferente por cada individuo. Desgraciadamente, yo pasé mucho tiempo bajo técnicas bastante violentas para tratar de generar mayor flexibilidad. La tensión llegaba a ser a veces insoportable, y lo cierto, es que nunca note una mejoría trascendente. Apenas y el mínimo aceptable para dedicarse a la danza. Con los años, conocí otras maneras, otros modos de pensar, empecé a encontrar que aquello que yo más odiaba, podía ser un disfrute. Entendí que mi cuerpo realmente gozaba con los estiramientos, y que era mi mente la que se había torcido para rechazarlos. Así probablemente pasaron años, y a la fecha, sigo en el camino de liberar años de tensión innecesaria a través de la elasticidad ligada a la relajación. Hoy en día, estirar es de mis actividades favoritas, casi ni recuerdo ya cuánto lo sufrí en algún momento. Hoy en día todavía cuando durante una sesión intensa de estiramento les pregunto a mis alumnos que si notan lo agradable que siente tal o cual ejercicio, se levantan algunas cejas. Espero lograr eventualmente que todo el mundo pueda sentirlo junto conmigo.

Lo anterior aplica para todo. Hemos llegado a un momento de romper con las cadenas de nuestros propios bloqueos mentales. ¿Se te aprieta la mandíbula cuando el profesor dice “vamos a girar”? ¿Se te baja el estado anímico a la hora de los saltos? ¿Por qué? De niños girar y saltar nos parecía lo más divertido del mundo, ¿en qué momento dejamos que se convirtieran en una tortura? Si podemos reconectar con el goce natural del movimiento, no habrá un día en que no disfrutemos una clase de danza. Es hora de cambiar el paradigma. Dejemos de pensar en violencias y en dolor, empecemos a pensar en nuestro cuerpo y en la manera en la que está construido, es una maquina perfecta, y como tal, tiene capacidades increíbles. Todos los cuerpos tienen todas las habilidades, no permitamos que se nos diga lo contrario. Simplemente, algunos cuerpos son más sensibles a esos mecanismos naturales que permiten bailar con libertad y disfrute, pero con la suficiente introspección, todos podemos llegar ahí. Empieza por asomarte al interior, sintiendo y entendiendo ese lugar maravilloso en el que habitas: tu cuerpo. Deja atrás toda idea de que necesitas torturarte para mejorar. Para mejorar sólo necesitas conocerte. Antes de lo que piensas encontrarás que el entrenamiento es el camino y la meta, que bailar en el escenario no es sólo la recompensa a tu disciplina y constancia, sino la culminación de un proceso que es bello en sí. Busca siempre en tus maestros a la gente que pueda sacar lo mejor de ti mediante la motivación y el acompañamiento, y nunca mediante el miedo. Reinvéntate cada día y busca dentro de ti, esa belleza y ese amor, que son el alma de todo el arte.

Hoy más que nunca, felices pasos. Y que en verdad sean muy felices, desde el corazón.

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Guillermo Flores es director, coreógrafo y profesor de Artium Dance Center.